Grandes Iconos Universales XXVI: La lechera (Het melkmeisje), Johannes Vermeer, 1660-1661.

La Lechera (Het melkmeisje), Rijksmuseum, Ámsterdam (Holanda)
A mediados del siglo XVII, Europa estaba sumida en una fuerte crisis económica, social y política, que se enlaza con la Guerra de los Treinta Años, otra de las guerras de religión europea de la época, que se inicia en Bohemia. Las disputas políticas y religiosas asolaban la Vieja Europa, una profunda división religiosa, que tuvo como escenario principal los Países Bajos. En 1648, la Paz de Westfalia supuso el fin de la contienda, y un nuevo escenario europeo, que se mantendrá hasta el siglo XIX, con la aparición de los Estados y las Monarquías Absolutas, una relativa libertad religiosa. Europa bajo autoridad de Francia, y el Papa con mucho poder. Además el siglo XVII es de crisis demográfica y social, la guerras sucesivas y las malas cosechas, hacen descender la población de Viejo continente. Sin embargo, el comercio crece, sobre todo en los Países Bajos, la actividad comercial e industrial supone una mejora del nivel de vida, y desarrollo de una burguesía acaudalada. Dentro de una sociedad aún dividida en estamentos, la heterogeneidad social crece, basada en la plutocracia. La burguesía enriquecida toma costumbres de la nobleza, como hacerse mecenas del arte, muchos burgueses se convierten en clientes de los pintores flamencos, como el que nos ocupa, Johannes Vermeer

Plano de Delft en 1648, por Joan Blaeu
La biografía de Johaness Vermmer es muy desconocida, se sabe que nació en Delft en 1632, por eso también era llamando Vermeer de Delft. Hay mucha confusión sobre su vida, parece que su padre era de la emergente burguesía, tenía una taberna, es curioso que en siglo XVII era un lugar típico para transacciones comerciales, y también de arte. De modo que, tuvo que conocer el arte flamenco de su época e incluso se dice que heredó la taberna, que era de lo que vivía, ya que la pintura no siempre daba para vivir. Además tiene una producción pictórica bastante escasa, al trabajar de forma exclusiva por encargos. De vida corta se se casó con Catherina Bolnes y tuvo once hijos, de los que, al menos, murieron cuatro. Parece que vivía cerca de la Plaza del Mercado de Delft, como se puede leer en una placa conmemorativa. Su devoción por su ciudad natal quedo clara con su Vista de Delft, que tendrá su análisis en Mundo de Babel, y que me emociona como emocionó al novelista francés Marcel Proust e inspiró su monumental A la búsqueda del tiempo perdido

Supuesto autorretrato de Vermmer en su obra la Alcahueta (De  Koppelaarster)
Está demostrado que Vermeer fue nombrado decano del Gremio de los Pintores de Delft en dos ocasiones, por lo cual debió gozar de gran prestigio en el medio donde se desenvolvía. Fue uno de los artistas reconocidos del Barroco flamenco, aunque, sobre todo, va a ser apreciada su escasa obra en el siglo XIX. Muere en Delft en 1675, su viuda hereda su escaso inventario de obras y bienes, curiosamente no poseía ningún cuadro suyo. Catherina tuvo que llegar a un acuerdo con otro burgués, un panadero llamado Van Buyten, que tenía una colección con varias obras de Vermeer, con los que hacia negocios comerciales. El misterio sobre su obra, unas 35 obras, aumenta incluso con el rastreo de su nombre, parece que había varios Vermmer en su época, otra de las razones por las que la autoría y datación de algunas de sus obras ha sido muy discutida. Además la dificultad se aumenta ya que al aparecer en los años 30 del siglo XX había pinturas de Vermmer que parecían autenticas, aunque, posteriormente, se averiguó que eran copias falsas de un hábil pintor holandés llamado Han Van Meegeren. Todo esto hace que haya mucha confusión y desconocimiento de la vida y obra del genial Johannes Vermeer, cuyas escasas obras no me canso de contemplar, con la mencionada Vista de Delft, El arte de la pintura o la maravillosa mirada de la La joven de la perla o La Mona Lisa holandesa, y la que nos ocupa hoy La Lechera, un, aparentemente, sencillo cuadro costumbrista, que marca y embelesa nuestra mirada.

Vista de Delft
Poco sabemos de la formación de Vermmer, único seguro es que hizo miembro del gremio de San Lucas, siendo artista y pintor libre, y que tuvo contactos con pintores barrocos de su época, como Gerard ter Borch. Y parece claro que le influye el estilo costumbrista de Pieter de Hooch, otro de los maestros clásicos neerlandeses. Muchos de esos maestros de la pintura holandeses del siglo XVII pintaban, al igual de Vermmer, lienzos de caballete de tamaño mediano o pequeño, encargados por esa burguesía emergente. Cuadros encargo de la burguesía holandesa, para decorar su casas y mostrando aspectos de la vida cotidiana de una sociedad burguesa marcada por la prosperidad y culto a los oficios, desde el militar, la encajera, pasando por el pintor, hasta la lechera. Por eso nunca se hacían encargo de cuadros enormes o frescos, como ocurría en otras zonas de Europa, donde la aristocracia era mecenas del arte. A ello también contribuía la ortodoxa y extremada Iglesia calvinista de Holanda de esa época, que no era partidario de grandes encargos artísticos. 

La Joven de la Perla.
Por ese motivo muchos pintores flamencos debían compaginar la pintura con otros oficios propios de la burguesía mercantil o artesanal, Vermmer heredó una taberna. Sólo unos pocos elegidos podían vivir del arte, el propio Rembrandt, uno de los grandes la historia, paso muchos problemas económicos. De modo que, lo que pintaban los pintores holandeses, y Vermmer, era escenas costumbristas de género, y los únicos encargos reales que recibían eran los retratos, y los temas religiosos y mitológicos eran muy escasos.

El arte de la Pintura.
Las obras eran escenas de la vida de la época, fundamentalmente mujeres en sus quehaceres diarios en su casa, trabajadores domésticas, como la lechera. Escenas de personajes en sus casas escribiendo, leyendo o tocando instrumentos musicales, y también calles, paisajes típicos holandeses como: canales, marinas, campos sembrados, molinos. Además Vermmer y otros dignificaron oficios como el Geógrafo, el profesor en su lección de música, o el pintor, en su maravillosa El arte de la pintura. Este genero costumbrista no fue reconocido en la Historia del arte hasta finales del XVIII y el XIX por considéralo trivial. Vermmer paso desapercibido hasta que fue redescubierto por el crítico francés Thoré-Bürger, en el XIX. Por todo ello, tanto Johannes, que sólo hizo 35 cuadros, y otros tienen una obra escasa, pero llena joyas que no te cansas de mirar.

Detalle de la Lechera, con toda su grandeza y dignidad que le otorgó Vermmer.
Una de ellas es La Lechera, un óleo sobre lienzo de reducidas dimensiones (45,5 cm x 41 cm) que fue de las pocas obras que fue muy apreciada en vida del pintor, puesto que se sabe que se llegó a pagar por ella unos 175 florines, una alta suma en la época. Vermmer representa, en una de sus típicas esquinas de habitación iluminadas, magistralmente, con una ventana cerrada a la izquierda, y una joven mujer, que entendemos que sería una criada del burgués, totalmente imbuida en su tarea de verter leche de una jarra a un recipiente de barro sobre una mesa. Una mesa que es, en si misma, un bodegón, con una cesta de mimbre con trozos de pan y una magnifica jarra de tono azulado oscuro y decoración geométrica, que llama mucho la atención. La mesa y sus objetos son una verdadera naturaleza muerta, un cuadro dentro de otro cuadro (bodegón y costumbrismo), haciendo de algo sencillo una escena llena de viveza y magia. 

Detalle de la caja de madera que contiene el calentapiés y vemos los dibujos de los azulejos.
La criada, que según algunos estudios estaría haciendo pudding de pan, es dignificada por Vermmer y colocada a la altura de los burgueses para los que trabaja. En la época el oficio de criada domestica era considerado servil e inmoral, se las tildaba de tentar al señor. En la obra se la representa llena de virtud y honradez haciendo su trabajo, sin ningún símbolo que ponga en duda su dignidad, más bien ennoblece a la criada siendo representada igual que sus señores, de modo que, la lechera es también un alegato por la igualdad social. Una joven y ennoblecida criada situada en una sencilla y austera habitación, casi desprovista de decoración, salvo unos cestos de mimbre y bronce en la esquina, junto a la ventana, y unos dibujos azules geniales en los azulejos del zoocalo de la habitación, abajo a la derecha, donde representa un cupido o un hombre trabajando en el campo. Delante de esos azulejos, abajo en el suelo, vemos un curioso elemento cuadrado de madera, que no era otra cosa que un recipiente que contenía un calientapiés, típico de esas casas burguesas del siglo XVII en la fría Holanda.

Centro de la composición con la leche y la luz como grandes protagonistas.
Vermmer es un prodigio de técnica, en el colorido, como los miles de tonos de blanco de la pared, que debes mirar horas para reconocer. El blanco de la pared, en la que podemos ver hasta las grietas, contrasta con los colores llenos de viveza de la vestimenta de la criada. Vestida según la moda de la época, con un vestido amarillo bordado con hilo rojo, y unas mangas franceses azul verdoso. El humilde vestido está cubierto por un mantón de un azul eléctrico sobrenatural, que ennoblece su atuendo. Es un azul que fija e hipnotiza nuestra mirada, parece ser que Vermmer lograda ese tono de azul tan alucinante con el uso de un pigmento llamado azurita, que no suban otros pintores de su momento. Por ese motivo sus azules son eléctricos y marinos, con la azurita, que se extrae del lapislázuli molido, algo que era muy caro. Pero a nuestro maestro holandés le encanta y lo convirtió en una de sus señas de identidad de su pintura, todo un acierto. Ese mantón de azul de ultramar no me canso de mirarlo.

Detalle de la mesa con el bodegón y la leche, naturaleza muerta y momento costumbrista unidos.
Ni tampoco de fijarme en la prodigiosa y matizada luz que entra en la habitación por la ventana, un luz tenue, que se reparte y difusa por toda la estancia, es increíble, pero parece que la luz moldea las figuras y los objetos. El tratamiento lumínico es de una genialidad sin parangón, logra que la luz resalte las texturas y el colorido de cada objeto, haciendo táctiles sus calidades. Y lo logra con la técnica decorativa, que muy pocos usan, llamada pointillé, sobre la superficie del óleo se disponen pequeños puntos de luz, un tratamiento que resalta el colorido de las telas y objetos. Nadie como Vermmer logra crear esa luz tenue, mágica y real, al mismo tiempo, una luz interior, que sale de sus texturas y objetos. Muy pocos ha logrado una luz tan magistral, llena de colorido y calidez. Una luz interior y polimocra que se matiza y sublima en las tonalidades y calidades de los elementos de la escena. Es muy suave el juego de luz y sombras, que envuelve las figuras y las superficies dando profundidad a la composición. Un compleja profundidad, que en nuestro ojo se convierte en realismo veraz, ya que como espectadores nos podemos tirar horas registrando todos las variantes cromáticas y lumínicas de su Lechera, como el genial equilibrio entre blancos, amarillos y azules. La maestría de Vermmer nos hace ver más allá de lo que nos presenta ante nuestra mirada.

Detalle de la ventana a la izquierda, y los cestos en la esquina. 
Conmigo lo ha logrado, mi mirada lleva años absorta en esa leche que se vierte de la jarra, si te fijas puedes hasta captar la textura de la leche, una hilo de leche pastoso de tersura única. Y cabe pensar cuantas veces tuvo que pedir Vermmer a la modelo que hiciera el movimiento de verter la leche, para captar con esa naturalidad un momento fugaz, tan veraz y realista, como textural y expresivo. Sólo ese detalle de la leche es tan detallista y realista que convierte a este pequeño cuadro en una joya destinada a decorar la pared de un burgués, en mi opinión, esa pared se le queda pequeño es la mejor foto de leche de todos los tiempos. Además en esas pequeñas dimensiones logra recrear todo un conjunto de detallismo en los objetos, de luz y de armonía en los colores, azules y amarillos. Pero es la luz, junto con la leche, la clave de esta obra maestra, esa luz magistral baña y da a una pequeña obra una sensación de monumentalidad, creando un universo particular para la criada y su gesto de verter leche. Y logra trasmitir una sensación de gran sosiego, la escena es pura tranquilidad atemporal, creada a través de la luz, y la destreza en el detalle y la sencillez a la hora de representar una escena intimista.

Detalle de la leche, apreciamos como Vermmer logra crear la textura real de leche pastosa, liquida y tersa.
La observo por ultima vez antes de terminar de escribir, y esa criada se me revela como una monumental estatua clásica, que con suma tranquilidad vierte la leche al margen de los limites temporales. De una escena sencilla y costumbrista, Vermmer crea una obra maestra icónica y atemporal. Creo, firmemente, que ninguna fotografía puede transmitir lo que expresa Johannes con este gran icono universal, que lleva años marcando mi mirada. 

Bibliografía: 
Alain Rerat. Vermeer. Editorial Debate, 1996. 

Enlaces: 

Imágenes: 
Wikipedia, Google Art Project.

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