Pasajes de la Historia II: La anexión de Portugal.
El problema sucesorio se plantea cuando el joven rey Don Sebastián muere en la batalla de Alcazarquivir (1578) sin dejar descendencia. De manera que la corona pasa al cardenal Enrique, que busca un sucesor digno para Portugal. Disponiendo de diversas alternativas: Felipe II, casado con María de Portugal, miembros de la dinastía de Avis, de la de Braganza, y el Prior de Crato, el competidor más duro de Felipe II.
Retrato de Felipe II (1527-1598) por Sánchez Coello, Museo del Prado, Madrid.
Felipe II era el candidato con más legitimidad política, histórica, y de linaje, para acceder al trono luso. El rey prudente, que había abandonado la política expansiva de su padre, siendo sustituida por el conservadurismo. No obstante se enroló en la complica empresa de la anexión de Portugal, por poderosas razones y ventajas:
Defensivas, al suponer la unidad militar peninsular, y acabar con el comercio luso con Inglaterra y Holanda, lo que suponía debilitar a las dos potencias europeas que podían competir con España. Logrando unir la mayor flota del mundo, para hacerse con el control de los mares, y creando el mayor imperio colonial y comercial.
Económicas, acceder al control de las rutas marítimas de los portugueses, para dominar el valioso trafico del oro africano o de las especias de Asia. Además de tener controladas las factorías lusas en África y Oriente.
María de Portugal, 1ª esposa de Felipe II
Felipe va a buscar el apoyo social de la nobleza lusa, a la que trata de agradar con sucesivos beneficios. Estos asumen la cultura castellana y reciben de forma cordial a Felipe II, al que van a apoyar, ya que simboliza la seguridad y continuidad de sus privilegios, frente al riesgo de apoyar el nacionalismo del Prior de Crato. En conclusión los nobles vislumbran enormes ventajas de la unión dinástica, luego con la crisis en 1640 esas ventajas terminan y los nobles apoyaran la independencia. Al igual que la burguesía mercantil, que también es consciente de los beneficios de la unión bajo el reinado de Felipe II, por lo que apoyan la opción hispana. Del mismo modo que el alto clero, sólo el bajo clero y la masa de campesinos serán reacios a la unión. Un pueblo luso en el que va a crecer un sentimiento mesiánico de que el rey Don Sebastián no había muerto y que volvería para acceder al trono y salvar a Portugal de la dominación hispánica. Este fenómeno es conocido como “sebastianismo”, y dará lugar a la aparición de numerosos farsantes.
Antonio, Prior de Crato.
La Unión Ibérica se concreta en abril de 1581, en los acuerdos que se firman en la Villa de Tomar, el famoso Estatuto de Tomar, donde se establece el reconocimiento de Felipe II como rey y la definitiva integración de Portugal en la monarquía Hispánica. Un estatuto que es un caso único en la época moderna, ya que todo un rey absoluto se rebaja a negociar, da concesiones a los portugueses y asume renunciar a parte de su poder real. Algo completamente excepcional, ya que se mantiene la autonomía jurídica y constitucional de Portugal.
Esos sesenta años (1580-1640) que permanecen unidas la corona de Castilla y Portugal, bajo el reinado de los tres Felipes, serán finiquitados por la crisis del siglo XVII, que según Domínguez Ortiz, es “la mayor crisis que abatió España en época moderna”. Y que en Portugal, como territorio de la corona hispana, afecta con importante virulencia a todos los sectores económicos y sociales. Spooner afirma “que cuanto menor es la vinculación con el poder de la Monarquía Hispánica de los países europeos, menos graves fueron las repercusiones que esa crisis realizó en sus economías”. Tanto la agricultura, dominada por los terratenientes y las ordenes militares, como la manufactura e industria, constreñidas por el excesivo intervencionismo estatal, se vieron afectadas. Pero sobre todo el comercio, tras el desastre de la Armada Invencible, no se podía asegurar la protección del comercio luso de la piratería inglesa y de la presión holandesa. A lo que hay que unir que la hacienda castellana declara continuas bancarrotas, como única solución contra la crisis finisecular. Todos estos elementos hacen que para los portugueses ya no fuera rentable la unión dinástica.
Retrato del Conde-Duque de Olivares, valido de Felipe IV. Velázquez.
En definitiva esa crisis del siglo XVII fue el germen de la ruptura y rebelión portuguesas (y de la rebelión en Cataluña, asunto para otro pasaje de la Historia). Unas rebeliones que provocaron una víctima, el Conde Duque de Olivares superado por las realidades económicas y políticas, que frustran todas sus ideas políticas (Unión De Armas). En palabras de P. Chaunu “si hubo un punto de inflexión definitivo en el poder económico de España, sin duda fue este”, tanto sus ingresos como sus créditos quedaron definitivamente afectados, sin muchas posibilidades de recuperarse. Además para Rafael Valladares “el impacto desestabilizador de la sublevación portuguesa fue de tal magnitud que, después de ella, la Monarquía Hispánica no volvió a ser la misma..., y señaló el principio del fin en las intensas relaciones entre Castilla y Portugal...”.
Para saber más:
Domínguez Ortiz, A. Política y hacienda de Felipe IV. Madrid, 1983.
Elliott, J. H. El Conde Duque de Olivares. El cambio político en una época de decadencia. Barcelona, 1956.
Kamen, Henry. Felipe de España. Madrid, 1997.
Lynch, John. Los Austrias, 1516-1700. Crítica, Barcelona, 2000.
Valladares, Rafael. La rebelión de Portugal, 1640-1680. Guerra, conflicto y poderes en la monarquía hispánica. Valladolid, 1998.
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