Pasajes de la Historia I: La muerte de Alejandro Magno

Alejandro y Poros obra de Charles Le Brun

Los últimos años de la vida de Alejandro están marcados por sus victorias y conquistas, pero a la vez por toda una serie de desdichas personales. Por un lado la muerte de su hombre de confianza Hefestión Amintoros, que muere en Ecbatana (324. a. C.), aquejado de fiebres y por la negligencia de un médico llamado Glauco, que fue crucificado, mientras Hefestión tuvo unos funerales propios de un rey, superando los que Aquiles hizo por su amado Patroclo. Por otro lado se produce la muerte de su adorado caballo azabache, Bucefalo, en la batalla contra el rey Indio Poros (326 a. C.). Alejandro lloró su muerte y honro su memoria fundando una ciudad en su nombre, Alejandría Bucéfala, en el nordeste del actual Pakistán. Estas tragedias son claves para el precipitado final de Alejandro, que decide regresar a Babilonia, para preparar una nueva campaña militar, en esta ocasión contra Arabia. Donde se introduce en una vorágine de excesos alcohólicos y orgías, que junto con las heridas de guerra le llevan a enfermar sin remisión. En una agonía constante, como señalaba Pseudo Calístenes en su obra, la Vida de Alejandro Magno (III, 32), “Alejandro dio orden de que llevaran en alto su lecho hasta un lugar donde todo el grueso de sus tropas pudiera desfilar cerca de él (...). Ejecutó Pericas las órdenes de Alejandro y, uno a uno, los macedonios se aproximan a su rey y le contemplaron. No había ninguno que derramará lágrimas al ver así a Alejandro, tan gran rey, tendido moribundo en su lecho”.


Alejandro combatiendo en la batalla de Issos, detalle del mosaico de la Casa del Fauno de Pompeya.

Todo un formidable ejército de guerreros turbados sería revisado por un Alejandro agonizante, un ejército de cien mil hombres que se iba a quedar sin su jefe victorioso, que había creado un gran imperio con una inusitada celeridad. Ese gran jefe, engendrado, según la propaganda, por el Díos Zeus-Amón, en realidad hijo de Filipo “el tuerto” de Macedonia, moría antes de cumplir los treinta y tres años. Y con su muerte todo ese imperio alejandrino, que desde Babilonia se extendería aún más por el oeste y por el sur, se derrumbaba. En su agonía, según Quinto Curcio (X, 5) “los soldados, al verlo, rompieron a llorar y daban la impresión de que estaban contemplando no al rey, sino su cadáver, más la aflicción era todavía mayor entre quienes rodeaban su lecho. Al advertir su presencia el rey les dijo: Cuando yo me haya ido ¿encontrareis un rey digno de tales soldados? (...) Al terminar de pasar la multitud, como si se hubiera liberado de toda deuda con la vida, dejo caer sus miembros agotados. Hizo acercarse a sus amigos (la voz comenzaba a faltarle) y, quitándose el anillo del dedo, se lo entregó a Perdicas, añadiendo la recomendación de que ordenara que su cadáver fuera llevado al templo de Amón. Al preguntarle sus amigos a quién dejaba el reino, respondió <el más fuerte>[...]. Estas fueron las últimas palabras del rey y poco después expiró”.

De esta forma Alejandro moría el 13 de junio del 323 a. C., la causa real de la muerte no se puede asegurar con total certeza., Engels consideró que murió de malaria, mientras que Schachermeyr plantea la leucemia como la causa de la muerte, o tantos esfuerzos, heridas de guerra y excesos. Aunque la teoría que más interesaba a la lucha por el poder tras su muerte era la del envenenamiento, del cual culpaban a Antípatro, regente de Macedonia, ayudado por el propio Aristóteles, maestro de Alejandro, y el copero Yolas que le sirvió el vino envenenado. Este supuesto envenenamiento azuzo las luchas entre los que se disputaban su gran herencia. Para los historiadores antiguos el tema no está tan claro, Plutarco señaló en su Vida de Alejandro (c. 37) “la teoría del envenenamiento nadie la tuvo de inmediato (...). la mayoría de los autores cree que la historia del envenenamiento es una invención y tienen como prueba lo siguiente: mientras, durante muchos días, los generales disputaban entre sí, el cadáver, que yacía descuidado en un lugar de calor sofocante, no mostró señales de una muerte semejante, antes bien, se conservó puro y fresco”. Esto último es confirmado por Quinto Curcio indicando que su conservación era tal, tras esos días bajo el sol de Babilonia, que “los egipcios y caldeos que habían recibido la orden de embalsamar el cadáver siguiendo costumbres de sus países, al principio no se atrevían a ponerle las manos encima, como si todavía respirara” (X, 10,12).

Conviene centrarse en el asunto de la sucesión, que Alejandro no había dejado claro, sólo exclamó antes de su repentina muerte “al más fuerte”. Se llegó a un acuerdo en Babilonia trazado por los astutos Éumenes y Ptolomeo en los siguientes términos: si Roxana, mujer de Alejandro, tenía un hijo varón ocuparía el trono acompañado de Arrideo, el hermano de Alejandro, mentalmente retrasado. Que serían totalmente controlados por los regentes o sucesores directos (diádocos) lo que va a suponer la división del imperio alejandrino. Perdicas asumiría el gobierno del imperio cuya administración se repartieron Antipatro (Macedonia y Grecia), Lisímaco (Tracia), Antígono (Frigia y Lidia), Éumenes (Capadocia) y Ptolomeo (Egipto). Tras cuarenta años de luchas entre estos generales sucesores, todo desemboca en tres grandes monarquías con sus respectivas dinastías: la de los Antigónidas en Macedonia, la de los Seléucidas en Asia Menor y los Ptolomeos en Egipto. Del imperio se pasa a la monarquía, toda la obra de Alejandro quedaba sepultada cuatro décadas después de su muerte. Mientras la fama del gran Alejandro se extendía, como ese gran conquistador que finalmente fue enterrado en Alejandría, en un magnífico templo que con el tiempo, al igual que la Biblioteca, desapareció entre las ruinas de Alejandría. Del mismo modo que su glorioso imperio fue derruido por la ambición de sus generales. De manera qué ¿era preferible la tiranía de Alejandro o la cruel desfragmentación a la que se vio abocado su imperio?, y que desemboco en monarquías tiránicas. Me temo que este como otros muchos pasajes de la Historia siempre quedará abierto a la reflexión.

Imperio de Alejandro en el cenit de su expansión

Comentarios

  1. Interesante artículo. Me hace recordar el principio y el fin de Gengis Khan, cuyos descendientes destruyeron la herencia inicialmente formada por la agrupación de clanes hasta crear ese inmenso imperio y quedó todo en la nada. Menos de 50 años para destruir lo que este personaje unió. Impresionante.

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